martes, 27 de enero de 2015

MARINA Y EL MAR

Vista de la Ría y la Playa de Oyambre, desde Trasvía.


Con este microrrelato he participado en el I Certamen de Relato Corto del Parlamento de Cantabria. Se han presentado casi 300 relatos y el mío no fue seleccionado, snif, snif...No importa, la niña consiguió su sueño.


MARINA Y EL MAR

Sentada a la mesa de la cocina, la niña saboreaba un plato de alubias con carne y verduras. Su madre solía prepararlo regularmente y mientras comían le hablaba de su tierra.
—¿Cuándo iremos a conocer a los abuelos, mamá?
—Algún día, hija —contestaba la madre, con la mirada perdida.
La niña acababa de cumplir diez años cuando por fin emprendieron viaje hacia el pueblo. Para la mujer ya habían pasado treinta años desde que cruzó la frontera.

Con la nariz pegada a la ventanilla del tren, la pequeña observaba el paisaje. Creía reconocer todo lo que le había contado su madre: los prados verdes donde pacen las vacas, las montañas altas que se elevan a lo lejos, los ríos trucheros de aguas transparentes. Al bajar la ventanilla, la sorprendió la brisa marina; el océano no estaba lejos. Lo iría descubriendo maravillada y a partir de entonces tendría un único deseo:  poder vivir cerca de él.

                                                                                                        Cocido Montañes

martes, 13 de enero de 2015

El refugio

                                            131


Esta es mi propuesta para ENTC. Con ocasión del V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Ávila se trata de incluir en el microrrelato un verso del poema "Vivo sin vivir en mí" de la Santa.

Antes de entrar en la tasca, Arlette suspiró: « ¡Ay, qué larga es esta vida! ». Detrás del mostrador un hombre corpulento con un gesto hosco le señaló una puerta tapada por una cortina. Después del angosto pasillo llegó a una estancia en penumbra. Un muchacho la acompañó a un sitio libre, se tumbó en una vieja alfombra en medio de otras gentes, hombres y mujeres que como ella se refugiaban Au rat noir. En una bandeja le trajeron una lamparita de aceite junto a una pipa y una bolita de opio. A la primera calada Arlette sintió como su cuerpo se relajaba totalmente. En ese instante olvidaba su triste existencia: desde niña recién escapada del orfanato, mendigando por las calles de París, rebuscando en la basura algo de comida. Ahora gracias a un físico no desagradable se ganaba la vida posando en los estudios de pintores bohemios. Pero qué sería de ella cuando se hicieran más visibles los signos de la edad. Mientras inhalaba otro poco miraba a su alrededor. Algunas personas hablaban en voz baja, otras con la boca entreabierta y los ojos entornados viajaban  lejos de aquel lugar. Entonces todo le parecía hermoso y no deseaba despertar de aquel sueño.

Si pudiera... pensaba... ¿Por qué no muero?