REGRESO A LA TIERRUCA
La nariz pegada al cristal de la ventanilla del tren mi
hermano y yo mirábamos cómo desfilaba el paisaje ante nuestros ojos de niños.
Verde, todo era verde como nos lo había contado nuestra madre; verdes los
prados, verdes las colinas, verdes las montañas y al horizonte una línea azul,
el mar. Bajé la ventanilla y aspiré el olor a brisa marina.
Era mediodía cuando llegamos al pueblo. El reencuentro de
mi madre con su hermana, después de muchos años, hizo que de mis ojos brotaran
unas lágrimas que no pude contener. Luego mi tía nos agasajó con una comida
típica, un buen cocido montañés guisado a fuego lento en la cocina de leña y de
postre una cuajada que endulcé con miel de brezo. Con ese sabor dulce en la
boca me fui a descansar del largo viaje. Al arroparme, mi madre me murmuró:
«mañana iremos a ver el mar».
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