sábado, 22 de febrero de 2014

De ranas






En la charca, cerca de la casa de la bruja, las ranas vivían felices. De vez en cuando, eso sí, desaparecía algún sapo que inevitablemente acababa en una olla como ingrediente de un cierto mejunje. Hasta que un buen día llegó su nieta, una aprendiz de bruja, un poco mandona, caprichosa y muy consentida por su abuela.
A partir de entonces, empezaron a desaparecer los animalillos del bosque; en su lugar surgían esperpentos, a cada cuales más terribles. La niña iba por allí ensayando sus conjuros sin preocuparse de los resultados.

Las ranas temblaban y se refugiaban entre las hierbas altas o bien en lo más profundo del estanque, pues encontrándose tan cerca de la vivienda eran muchas veces el punto de mira de la tremenda niña. De hecho a dos ranas que se atrevieron a saltar fuera para mudarse de charca las pilló transformándolas una en un tope de puerta de plástico duro y la otra en una pinza para notas de madera. Las dos monísimas, pero claro, ya no era lo mismo.

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