Azul,
azul como el cielo de verano en Provenza. Azul, como el mar que
bordea su costa, el Mar Mediterráneo, el Mar Antiguo.
Me
dirigía al pueblo costero, Les -Saintes-Maries-de-la-Mer, atraída
por la leyenda que existe sobre él.
Atravesaba
la Camargue, “Cap-Marca” en lengua de Oc que significa “sin
límite”. Tierra mítica y salvaje, lugar de extensas llanuras
húmedas, de arrozales, salinas, estanques y pantanos; donde galopan
manadas de caballos blancos, donde los flamencos rosas encuentran su
sitio y los toros bravos viven en libertad.
Al
llegar al pueblo, caminé hasta la playa, me senté en la arena
mirando el horizonte azul, cerré los ojos y vi llegar una barcaza.
Era el año 44 después de Cristo, cuando encalló una embarcación;
a bordo, entre otros pasajeros, viajaban María Salomé y María
Jacobé, acompañadas de su sirvienta egipcia, Sara. Las santas
dieron nombre al pueblo; sus reliquias se conservan en la iglesia
Nôtre-Dame-de-la-Mer. En cuanto a Sara, los gitanos la veneran como
su patrona. Su imagen negra se encuentra en la cripta, donde, cada 24
de mayo, los romaníes venidos de todas partes, acuden a honrarla.
Seguía
sentada en la orilla, cuando se me acercó una niña morena que,
extrañamente, se parecía a mí. Al llegar a mi altura, se paró, y
mirándome a los ojos, me preguntó:”¿ Tú eres Sara?”
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