jueves, 28 de mayo de 2020

EVOCACIÓN



 

En aquella época tenía por costumbre ir cada día a casa de mi abuela que vivía cerca del cole. Me tenía preparaba la merienda, siempre de mi agrado: pan con chocolate o con mermelada, bizcocho casero, flanes...y para rematar, alguna golosina. Allí esperaba a que viniera mi madre a recogerme cuando saliera del trabajo.

Aquel día no llegué a tiempo a su piso —un cuarto sin ascensor— y me meé por el camino. Al verme todo avergonzado y con su dulzura habitual me mandó quitar la ropa, luego me dejo un calzoncillo que había pertenecido al abuelo y lavó mi pantalón corto que colgó en el tendal. Observé un rato como goteaba y me fijé en las pinzas dispuestas en las cuerdas; parecían notas de colores en un pentagrama, la partitura de una melodía alegre.