En la
casa abandonada algunas veces aparecía un rostro en la ventana. O al
menos es lo que solía decir Serge a sus padres. Su madre le
contestaba que callara, que no inventara cosas y que no se le
ocurriera comentarlo a nadie, que le tomarían por loco. Hacía años
que esa casa estaba cerrada y después de los terribles hechos que
sucedieron dentro, nadie se atrevía a entrar. En ella habían vivido
el médico del pueblo junto a su mujer y sus dos hijos, un niño y
una niña. Corrían los años treinta, poco después del crack del
29, cuando una mañana aparecieron muertos, un escape de gas. En el
pueblo se murmuró que fue el propio médico que en un gesto de
desesperación dejó la llave del gas abierta.
La
habitación de Serge daba justo enfrente de la única ventana de la
casa cuyos postigos estaban abiertos. Él estaba convencido de lo que
veía y pudo comprobar que no siempre era el mismo rostro que
aparecía, a veces era un niño y otras una niña con trenzas. Se
mostraban un breve instante y desaparecían de inmediato. La
curiosidad pudo más y un día se armó de valor y de una linterna
para acercarse a la vivienda.
En la
verja una cadena con candado impedía el acceso, pero al empujar un
poco el batiente pudo colarse por el espacio creado. La puerta de
entrada estaba cerrada a cal y canto. Se adentró en el jardín
invadido por zarzas y malas hierbas y rodeó la casa . En la fachada
lateral algo le llamó la atención, una zona más despejada de
vegetación, se acercó y descubrió unos peldaños que llevaban a
una puerta de sótano. Bajó los escalones , no pudo abrir la puerta
pero le daba la sensación que el lugar no estaba tan abandonado como
el resto. Dubitativo se dispuso a regresar cuando levantó la mirada
hacia la ventana del primer piso : ¿Cómo poder acceder a ella? Un
gato que corrió ante él para subirse a un árbol le dio la idea.
Sentado a horcajadas encima de una rama intentaba distinguir algo a
través de la ventana. «¿Qué haces allí arriba?» Era Raymond, el hijo del panadero :« Anda, bájate antes de que se rompa la rama
y lárgate de aquí , no se te ha perdido nada. Y que no te vuelva a
ver rondando la casa.» Serge obedeció al momento, a Raymond se le
respetaba desde que había vuelto del frente con herida de guerra.
Tras el
incidente con Raymond, los rostros no volvieron a aparecer en la
ventana, cuyos postigos estaban ahora entornados.
Era el
mes de junio cuando hubo un gran revuelo en el pueblo, las campanas
de la iglesia empezaron a repicar. Los vecinos bajaron a la calle :« ¡Los aliados han desembarcado!, ¡Los alemanes se largan!» Al
fondo de la avenida se veía llegar un grupo de hombres encabezado
por Raymond, eran los “maquisards” que bajaban del monte. Sin
perder más tiempo Raymond se dirigió a la casa abandonada. Cuando
por fin salió, le acompañaban una niña, un niño y sus padres,
pálidos y demacrados. En sus abrigos de paño oscuro todavía se podía distinguir una estrella amarilla.
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