Era una
tarde de finales de agosto. Regresaba a su casa dando un paseo,
aprovechando la calidez reinante. Se sentó un rato a descansar en
uno de los bancos de piedra que bordea la avenida.
Frente a
él se mostraba la bahía en todo su esplendor: la playa de los
Peligros con algunos bañistas; unos veleros flotando lánguidos,
empujados levemente por una ligera brisa; la lengua de arena dorada
del Puntal brillando bajo el sol de poniente; al fondo Peña Cabarga
alzándose cual protectora.
Se
alegraba de haber vuelto por fin a su tierra después de tantos años
deambulando por el mundo. Disfrutaba del paisaje, uno de los más
bellos que había visto.
En ese
mismo instante de paz y serenidad no le hubiera importado nada
quedarse allí para siempre, sentado e inmóvil, como una estatua de
piedra.
Muy bien contada esa sensación de paz al contemplar la belleza de nuestra mar. Por unos momentos, todos nos convertimos en estatuas de piedra con un corazón cálido en el interior.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Paloma, pero no sé si sabes que estás retratando la muerte de Jenaro de la Colina, Consejero de Instrucción Pública del Consejo de Santander, Palencia y Burgos, por la CNT. Exiliado a Francia en 1939 y posteriormente a México, que tras la muerte del primer dictador gallego regresó a España.
ResponderEliminarFalleció en 1993 exáctamente así.
¿Qué me estás contando, Fernando? Tengo la piel de gallina...lo ignoraba totalmente.
EliminarMuchas gracias por acercarte a mi blog, es un honor para mí.
Salud!